Cuestión de moralidad

Se me escapan las razones, y no dice mucho de gran parte del género humano, sobre por qué se acaba justificando lo intolerable y moralmente repulsivo en función de la pertenencia a una supuesta identidad política. Muchos derechistas se quejan que los de izquierdas se sientan «moralmente superiores», aseveración que me parece tan patética como significativa; demuestra tú mayor humanidad, botarate, y deja de acusar al vecino que no piensa como tú. Sobre el papel, parece cierto que cierto lado del espectro político parece más acrítico, apoyando a los suyos hagan lo que hagan, ya que en un remedo de razonamiento deben pensar que si lo hacen, buenas razones tendrán; es lo que tiene no pensar demasiado y abandonarse a los otros de la manera más lamentable. Pero, por supuesto, si de algo no pueden acusar al que suscribe es de caer en el maniqueísmo más atroz. No pocas personas he tratado también, muy preocupadas por lo social y humano, vamos a llamarlas progresistas, cuando gobiernan los suyos realizando una política no muy diferente a los del otro lado, son incapaces de adoptar el mismo enfoque crítico. Por otro lado, la historia nos pone no pocos ejemplos de feroces revolucionarios de izquierda que, en nombre de una humanidad con mayúsculas, acaban justificando lo injustificable por una sociedad mejor que, huelga decirlo a estas alturas, nunca llegó.

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Reflexiones sobre el purismo ideológico (sea lo que sea eso)

Cuando uno era (más) joven, ingenuo izquierdista plagado de ideales, sufría toda suerte de comentarios críticos por parte de ciertos (presuntos) sapiens a su alrededor. Me sorprendía comprobar que para algunos elementos, más bien conservadores y acríticos con el mundo que colocaban delante de sus ojos, si pertenecías al universo de la izquierda, debías hacer poco menos que voto de pobreza. De esa manera, de modo sorprendente, se convertía en cuestionable para según que especímenes la legítima aspiración que todo ser humano posee de tratar de bien mejor en un sistema, a ser posible sin jorobar al prójimo, aunque este magnífico que sufrimos, basado en la competencia y en la salvación individual, más bien lo propicie. Normalmente, el personal que realizaba esa pseudocrítica, en este inefable país donde ser «rojo» es a menudo un estigma, no estaba sobrado de capacidad intelectual e inclusive yo diría que moral. No obstante, todavía hoy me sorprende esa visión del mundo que aceptaba que los que pueden vivir estupendamente son, claro, únicamente los de derechas o simplemente los que renuncian a tratar de cambiar el estado de las cosas para una sociedad más justa (que es lo mismo que decir «más libre», pero para todos). Hay quien dice que es muy saludable rodearse de personas que piensan diferente, departir con ellas y tratar de ver otros puntos de vista, pero en algunos casos, yo lo siento, es para que se lo hagan mirar los que adoptan cierta percepción de la realidad. Aquel entrañable ser que uno fue, empachado de unas ideas izquierdistas que no se habían dejado aplicar correctamente en la historia, emprendió ya hace mucho tiempo el camino hacia el horizonte de la bella acracia. No obstante, ojo, que nadie dude de a qué lado de la barricada me encuentro, en este inefable país donde ganó manu militari la reacción, y tampoco me molesta demasiado que me sigan tildando de rojo según qué personas.

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Burbujas ideológicas

No descubro nada si señalo que la irrupción de internet y de las redes sociales ha exacerbado algo inherente a todo grupo humano, eso que llaman «burbuja ideológica y cultural». Tal y como yo entendía este concepto, tendemos a juntarnos con personas de nuestra misma órbita ideológica y nivel cultural, lo que da lugar a que nos retroalimentemos de lo lindo; normalmente, para confirmar lo muy cargados de razón en que nos encontramos, en ausencia casi total de espíritu crítico hacia nuestros propios postulados, y sin que seamos capaces de permear a ninguna otra panda de homo sapiens de diferente imaginario social. Y digo que todo esto solo ha ido a peor porque hay sesudos analistas que aseguran que las grandes compañías (capitalistas, claro) nos envuelven, del mismo modo, en una burbuja tecnológica que nos guía (o nos aísla) mientras navegamos por internet o consultamos las redes sociales (una razón más para no hacerles excesivo caso). Es de suponer que el deseo de inmediatez y la falta de reflexión, características de la información en sociedades que se llaman patéticamente «avanzadas, no es que ayude, no digo ya a romper la burbuja de marras (sea ideológica, cultural o tecnológica), sino al menos a ser mínimamente consciente de ello. Lejos de que nos libere, la tecnología, y haríamos bien en interiorizar esto, a menudo nos empujar a la más lamentable alienación.

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De ideologías y justificaciones

Cuando uno se define como anarquista en ciertas situaciones, con algo de provocación y un poquito de orgullo, no tiene precio el gesto que suele adquirir el interlocutor, a medio camino entre la ignorancia supina y una perplejidad exenta de luz alguna. Dan ganas, inmediatamente, de añadir que cierta dosis de nihilismo le salva a uno de caer en tentaciones dogmáticas; mejor no hacerlo, ya que es muy posible que la cabeza del vulgo empieza inevitablemente a girar sobre su eje. El caso es que dicha confesión, expresada a un público no versado en el tema, en vez de provocar alguna curiosidad para tratar de aumentar sus conocimientos, suele caer en los más lamentables tópicos: «eso es una utopía», «eso no lo quiero yo», «eso es algo del pasado» y bla, bla, bla. He de reconocer que dichas respuestas me provocan tal hastío, que no pocas veces, en lugar de verbalizar justificación alguna, para tratar de razonar con el sujeto en cuestión, suelto cualquier barbaridad. Recuerdo otros tiempos, en los que el que suscribe era (más) joven y tiernamente ingenuo, que en estas situaciones solía matizar que mis simpatías estaban con la izquierda libertaria; en estos tiempos posmodernos, no resultan muy claros ni el sustantivo ni el apelativo, aunque frente a toda distorsión es plenamente asumible reivindicar «lo libertario» como emancipatorio (perdón por la solemnidad).

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Imaginario

Por mecanismos que me son ajenos, las personas, con diferentes grados, pueden dividirse entre aquellos que desean mejorar las cosas y otros que, sencillamente, piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles. ¿Progresistas y conservadores? Se me dirá que, hay que ver, que si el maniqueísmo, que si una visión simplista del mundo, y bla, bla, bla. Una vez, se equivoca esa gente de medio a medio y yo, por supuesto, me encuentro cargado de razón como demostraré ipso facto. En primer lugar, y sin ánimo alguno de claudicar, hay que aceptar que una gran parte de la población es, y es posible que lo fuera en cualquier otro modelo de sociedad, sencillamente conservadora. Esto es, en mi nada humilde opinión, que se limita, no solo a considerar que la sociedad es como es, sino que apuntala el sistema de manera obvia y consciente. Es cierto que apuntalar, apuntalamos todos en mayor o menor medida, en caso contrario, habría que mostrarse desobediente e insumiso en cada aspecto de nuestra vida: no pagar impuestos, buscar alternativas al consumo, etc., etc. Ya adelanto que el que suscribe no es ningún modelo al respecto y acepto falsamente contrito todas las críticas que se me puedan hacer al respecto. Sin embargo, una cosa es esa, que uno se vea más o menos obligado a vivir o sobrevivir en una sociedad que no le gusta, con arranques de valentía solo esporádicos, y otra muy distinta es ser un papanatas sin remedio. Sigue leyendo «Imaginario»