Cuestión de moralidad

Se me escapan las razones, y no dice mucho de gran parte del género humano, sobre por qué se acaba justificando lo intolerable y moralmente repulsivo en función de la pertenencia a una supuesta identidad política. Muchos derechistas se quejan que los de izquierdas se sientan «moralmente superiores», aseveración que me parece tan patética como significativa; demuestra tú mayor humanidad, botarate, y deja de acusar al vecino que no piensa como tú. Sobre el papel, parece cierto que cierto lado del espectro político parece más acrítico, apoyando a los suyos hagan lo que hagan, ya que en un remedo de razonamiento deben pensar que si lo hacen, buenas razones tendrán; es lo que tiene no pensar demasiado y abandonarse a los otros de la manera más lamentable. Pero, por supuesto, si de algo no pueden acusar al que suscribe es de caer en el maniqueísmo más atroz. No pocas personas he tratado también, muy preocupadas por lo social y humano, vamos a llamarlas progresistas, cuando gobiernan los suyos realizando una política no muy diferente a los del otro lado, son incapaces de adoptar el mismo enfoque crítico. Por otro lado, la historia nos pone no pocos ejemplos de feroces revolucionarios de izquierda que, en nombre de una humanidad con mayúsculas, acaban justificando lo injustificable por una sociedad mejor que, huelga decirlo a estas alturas, nunca llegó.

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¿Existe la ultraderecha?

He oído ya en diversas ocasiones, por parte de algunas voces interesadas o intelectualmente perezosas, que en realidad no existe la ultraderecha. Creo que uno de los responsables de que esto se repita es el pseudosabio, redundante en un maniqueísmo preescolar y con una pléyade de seguidores bastante acríticos, Antonio Escohotado (que en paz descanse, ojo, vaya por delante). Resulta patética esta aseveración, a la par que significativa, en un inefable país que sufrió un golpe reaccionario y cuatro décadas de dictadora ultranacionalista y ultraconservadora, es decir, de extrema derecha. Como dijo aquel, un día la clase política se acostó franquista (es decir, de ultraderecha) y al día siguiente se levantó tremendamente demócrata para repartirse porciones del pastel patrio. Es posible que todo esto sea síntoma del muy descerebrado fin de las ideologías, donde se quiere pasar porque ya no existen izquierdas y derechas, por lo que se entiende que mucho menos sus extremos. Pero, no nos pongamos ambiguos y abstractos, acorde con estos tiempos, concretemos y analicemos. Recordaremos que el Partido Popular, la derecha de este país (no sé si cobarde, pero derecha al fin y al cabo), es el heredero más evidente de aquel monstruo franquista ultraderechista y, de hecho, su fundador fue ministro de la dictadura; sí, un heredero que pasa ahora por ser entrañablemente demócrata y constitucional, pero heredero al fin y al cabo.

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